Esta producción alemana, entregada a Netflix, el nuevo gigante, consistente en diez capítulos de una primera temporada, marca un interesante presente en las series, y también un nuevo capítulo para pensar, hablar, imaginar el pasaje del tiempo.

 

En un primer capítulo aparece la esencia de esta película de casi diez horas, dividida en capítulos. En ella se nos dice que el tiempo a modo de secuencia, donde pasado, presente y futuro son correlativos, es algo a discutir.

Desde la aparición de la física cuántica muchas cosas han cambiado. Nuestra percepción del tiempo y el espacio, tal como lo veíamos hasta el siglo XX ha sido discutida, cuestionado por los nuevos descubrimientos.

Nada es igual en apenas unos veinte, treinta años. Se discute el valor de las religiones, si existe Dios, si estamos acá o somos apenas hologramas, la oveja Dolly abrió el espectro para los clones, la robotización cada día se va perfeccionando más, la posibilidades de humanoides son casi una realidad, en fin… El siglo XXI se estrena como un giro inesperado en la Humanidad, donde los adelantos científicos, la computación que modificó nuestra visión de la realidad marcan un antes y un después en el desarrollo del ser humano en esto que llamamos Tierra.

Es como cuando Julio César cruzó el Rubicón y de donde salió la noción del tiempo secuencial hacia adelante. Pasado, presente y futuro.

Pero los creadores de ciencia ficción, pensando en futuros desconocidos, imaginando nuevos universos, e incluso ya hablando abiertamente de mundos paralelos, en combinación con los conocimientos de tecnología y ciencia actuales aportan perturbadoras ideas de lo que es, en definitiva, nuestra estadía en lo que llamamos VIDA:

Muchas películas, y ahora series apuntan en sus argumentos a estos nuevos paradigmas. 

Unas con más suerte que otras, algunas desde un punto meramente de entretenimiento, otras apuntando seriamente a cuestionarnos qué ocurre, qué nos está pasando, quienes somos, a dónde vamos, de dónde venimos, ¿qué somos?, ¿dónde estamos parados?, en fin, podría seguir agregando nuevos cuestionamientos.

Esta serie alemana sería algo así como la versión adulta de Stranger Things y de la tontería intelectualoide de David Lynch, Twin Peaks. 

En los diez capítulos de la primera temporada se hace un recorrido por la vida de varias familias de un pueblo perdido, donde desaparecen algunos niños, y algunos otros aparecen muertos, misteriosamente.

Una central nuclear es el nudo que ata todas las historias, y focaliza las miradas hacia los posibles efectos nocivos de la contaminación.

Las historias transcurren en tres tiempos (1953, 1987 y 2019) y una cueva que conecta con la Central será el pasaje hacia alguno de estos años en la vida de los personajes.

El nivel visual es magnífico. La dirección fotográfica de Nikolaus Summerer es atrapante (la cámara casi siempre avanza lentamente hacia lo que ocurre)   y se complementa con una estupenda banda de sonido a cargo de Ben Frost. 

La creación (junto a Jantje Friese) y dirección corresponde a Baran Bo Odar.

Más vale descubrir el argumento por uno mismo. Sólo señalar lo que indicaba en el comienzo. La serie Dark es un compendio de todo lo que está siendo cuestionado en cuanto al tiempo y el espacio.

Y lo hace de una forma respetuosa. Presenta las nuevas teorías pero de una forma, casi diría didáctica. Es una producción que tiene varias lecturas. La primera puede ser la de quien quiera ver apenas una aventura entretenida y nada más. La segunda, ya es para quien quiere saber qué es el pasaje del tiempo en nuestras vidas. Y una tercera apunta a directamente cuestionarse la realidad. Y esta sería la más interesante porque permite no sólo el planteo personal, sino la discusión grupal. Es una clase de filosofía, mostrada en diez atrapantes capítulos.

Veremos qué ocurre en la segunda temporada. No siempre estas son mejores, pero no podemos adelantarnos porque, a diferencia de lo que ocurre en Dark, aún no sabemos su futuro. 

 

 

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