Un policía fanático hasta la locura del Club Racing de Avellaneda es capaz de hacerse reventar por hinchada contraria, por gritar goles de su cuadro, pero en el resto de su vida profesional es un tipo de temer.

Una muchacha admiradora de un cantante under, lo ve morir al ser tirado desde un piso alto de un edificio, lo filma en su celular y pasa a ser perseguida por quienes lo asesinaron. El principal malvado es un productor  musical que va matando a aquellos famosos (Jim Morrison, Janis, Sid, y otros) que llegan a 27 años.

Pero Jim es resucitado por un científico loco y sale a la búsqueda de su hijo, el muerto en Buenos Aires.

Ese es el comienzo de la trama. La idea es buena, los resultados, no.

Nicanor Loreti empezó en 2011 con una producción diferente al habitual cine argentino, con la película Diablo, siguiendo en 2015 con Kryptonita y antes de este club de los malditos, realizando la serie resultante de Kriptonita: Nafta Súper. (Este material puede verse en youtube) 

El filme mencionado y la serie fueron buenas noticias para un cine muy vinculado al comic, superhéroes, cine yanqui de acción, algo de punk, rock, todo llevado a los suburbios de Buenos Aires.

Algunos actores conocidos realizaron buenos papeles, alejados de sus repetitivos papeles en tontas novelitas de televisión.

Ahora, Loreti vuelve a repetir la fórmula, pero la situación es otra. La producción, económicamente es muy superior a todo lo anterior, lo que permite manejar más efectos especiales, el filme apunta a un mercado no tan under, entonces como en tantos otros casos, el resultado es fallido.

¿Por qué? Porque busca imitar a otros productos mucho más aceitados del Norte, porque algunos actores no están a la altura de la trama, porque esta se tranca permanentemente, porque busca ser una comedia dramática y nunca se define, porque por momentos es tan soberbia en sus pretensiones que uno extraña aquella diversión de Kriptonita y Nafta Súper. 

La ambición de calcar a series y cine de acción norteamericano es tan evidente que, en una producción emergente de un cine que aún no maneja con fluidez ese género, lo que necesitaría sería mayor humildad y juego.

Nunca se define por un estilo, ¿policial negro?, ¿ciencia ficción?, ¿denuncia?,  ¿comedia negra? Todo y nada.

Los que pretendan ver al Capusotto de la televisión se van a llevar una decepción. Si bien hay dos o tres apariciones que guardan cierta gracia (su fanatismo por Racing, por ejemplo) el resto no le permite jugar con su personaje. Además, hay cosas muy mal elaboradas desde el guión y la dirección.

Sofía Gala es creíble, aunque hace de sí misma. Es lo mejor de la película, lo cual es decir mucho.

Yayo Guridi hace de un científico loco, muy mal diseñado como personaje. Además, esa vocecita afinada que tiene no ayuda para nada.

Daniel Araóz también se repite a sí mismo como un productor musical, capo de mafia, pasándose de gestualidad al intentar parecer muy pero muy malo.

Algo parecido le pasa a Paula Mazone, presentada como una Dominatrix que luego no crece en su papel, quedando en un borroneado diseño.

Willy Toledo, tiene presencia y el acento español (clarísima la búsqueda del mercado de Europa) necesarios pero también no se le permite crecer en su rol.

Todo es pretencioso, nunca se define por algún estilo, la cámara lenta para la violencia como recurso repetitivo pierde efecto, el guión se estanca en detalles laterales no resueltos y no abunda en un trazado firme, resultando todo en un fallido filme que tuvo buenas intenciones pero se quedó en ello.

Todo se va desmadejando hasta terminar en las escenas finales en un absurdo peligroso, calcando mal a estereotipos de series de los 80, lo que hace que este Club de los Malditos sea casi caricaturesco de sí mismo.

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