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Categoría: Escritos

Ponencia presentada en la III Jornada de FUSEX

Nuevos paradigmas de la pareja y la familia

24 de mayo 2014

Escuela y liceo Elbio Fernández

 

 

Psic. Andrés Caro Berta 

www.andrescaroberta.com

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Los cuentos infantiles clásicos terminan con una frase que se hizo ícono. “Se casaron, vivieron felices y comieron perdices”

Eso es lo que aprendemos. Que la aventura, el cortejo son lo principal. Una vez lograda la unión de la pareja… ya esta conseguida la función de unión para servir a la Sociedad y traer hijos al mundo.

No se nos enseñó qué pasa después de la ceremonia de casamiento.

Porque no es lo importante. 

No importa el disfrute, el goce responsable, conformar una pareja que perdure en el amor mutuo, en el deseo y no en la necesidad.

Fundados en un rigor religioso y en la búsqueda de la perdurabilidad de la especie y la familia, se privilegia la unión en busca de la reproducción, al punto que aún muchos profesionales insisten en llamar al aparato genital como reproductivo, sin mencionar, como lo hace Flores Colombino, la otra función, la erótica.

Nos falta aún tomar conciencia de la importancia de la convivencia en armonía, la construcción de una pareja disfrutable que derive en una familia que no termine en rupturas violentas, debido a no soportarse mutuamente

Apenas nos han enseñado el cortejo, la conquista. 

Como decía anteriormente, desde los cuentos infantiles clásicos a la enseñanza curricular, pasando por todos los medios masivos de comunicación se nos dice que luego de la conquista, al pasar a convivir la pareja, viene el vacío informativo y educativo. En la televisión y otros medios sólo se ve la burla o el desencanto por estar conviviendo juntos, casados o no

No nos han enseñado qué pasa después de la unión. Apenas nos han dicho que luego de la ceremonia, comeremos perdices y viviremos felices. Y nada más.

Ningún dato sobre la convivencia, sobre el día a día, sobre cómo mantener encendida la llama del amor y la tolerancia, el poder ver al otro tal cual es, y no como queremos que sea.

 

Nos tornamos en ese tránsito, en apenas administradores ya no del hogar, sino de la casa

 

La felicidad es ajena. La vemos en el cine, la televisión o Internet. Pero no nos enseñan a ser felices, y hacer feliz al otro.

¿Por qué?

Porque ello va en contra de lo que se espera de nosotros, va en contra (aparentemente) de la Productividad, de lo que el Sistema busca que cumplamos.

Y así, transcurre nuestra existencia. Y un día, dejamos de ser fértiles, y un día dejamos de ser productivos… y terminamos arrumbados, en el mejor de los casos, cuidando nietos… y cargados de pastillas para esto y para aquello, solos y sin actividad sexual

 

Así llegan nuestros pacientes al consultorio. Cargados de depresión, disfunciones sexuales, frustrados 

 

Vayan a cualquier lugar público, concurran a algún local de comida rápida, u observen en una plaza a las parejas… y sus hijos…

Miren sus caras… sus miradas…

Una vez superado el cortejo, nos tornamos cuando comenzamos a convivir, en parejas cargadas de responsabilidades, compromisos, nos tornamos administradores y perdemos el deseo, problema actual gravísimo

 

Ante esto, somos todos responsables. 

 

Y nosotros, quienes estamos dentro de la sexología, en sus distintas ramas, especialmente la medicina, la psicología, la asistencia social, la educación debemos buscar ver la sexualidad desde el placer responsable, y no desde la patología y el pecado

 

Y aunque obvio, desterrar que la sexualidad sólo pasa por el acto. Nuestra vida merece llenarse de sensualidad y erotismo

 

Somos seres contradictorios, hombres y mujeres, nos movemos a través del amor- odio, cada uno arrastra su historia y la traslada al otro, entonces, volviendo al tema, cuando uno se casa o vive junto a otra persona, luego de un tiempo tiende sin darse cuenta, a eliminar esa primera etapa que era hermosísima, llena de mucha pasión, de mucho divertirse, de mucha sensualidad, en todo sentido, no solamente en el acto sexual… 

Cuando uno está en esa primera etapa donde las flores le resultan hermosísimas, donde se escucha una canción y cree que le están hablando a uno, cuando los dos están pasando por ese momento sienten la necesidad de ampliar esas pocas horas que están viéndose, diariamente o semanalmente a todo el día. Es un acto hermosísimo…

 

Apostamos como proyección de futuro, a un encuentro rico, cotidiano, de comer juntos, de amarnos, a tener hijos si es que lo deseamos, vamos a… tantas cosas.

Ocurre luego, que habitualmente cuando se traspasa esa frontera que es el momento de unión, que puede ser a  través del Registro Civil, que puede ser simplemente un encuentro familiar donde se anuncia que vamos a vivir juntos, aparece lamentablemente un quiebre. Que es la convivencia. La convivencia evidentemente desgasta. Pero además está el entorno familiar, si hay hijos o no hay hijos, si hay hijos de otro matrimonio, si nosotros venimos con otros fracasos encima, la situación de trabajo y dificultades económicas, los tiempos diferentes de cada uno, etc., etc. que van limando, van lastimando, erosionando ese amor pasional que había en un primer momento

 

Tremenda falta de comunicación. Y eso agravado cuando aparecen los niños. Es hermoso, pero muchas veces los niños también restan, no por culpa de ellos, sino de sus adultos por no tener un buen equilibrio frente a ellos, por un mal relacionamiento de los mayores.

¿Por qué? 

Porque nos olvidamos que somos seres humanos. Nos olvidamos que somos una pareja  y pasamos a ser casi exclusivamente padres. Lo cual es un error absoluto hasta para los propios niños. ¿Se entiende esto?

 

El modelo identificatorio es clarísimo y nosotros vamos a tender a repetir  lo que vivimos cuando éramos niños. No ocurre siempre, cuidado, pero hay una gran tendencia a repetir.  Lo que sucede, cuando uno se olvida de sí mismo, se olvida que es pareja y se pone en padre o madre es que se transforma a su pesar, en administrador.

 

Lo importante es tomar conciencia. Darse cuenta. Toda transformación, para que sea en serio, para que haya un cambio real tiene que pasar por tomar conciencia.

Hasta que uno no se da cuenta de las cosas, está repitiendo. 

Entonces, lo primero que hay que hacer cada uno de nosotros es sentarnos y observar lo que está ocurriendo. ¿Qué está pasando? ¿Cuál es la situación que estoy viviendo? ¿Qué estoy haciendo vivir a los demás? ¿Cómo influyen los demás en mí? ¿Qué puedo cambiar?

Primero que nada tengo que aceptar que debo cambiar desde mí.  Porque nuestra sociedad judeocristiana está basada en la culpa. Y habitualmente, la culpa es del otro. No está basada en la responsabilidad.

 

Cuando uno conoce a otra persona, no es que uno se enamora a primera vista. No existe el amor a primera vista. Existe un enamoramiento, una fascinación. Uno se fascina por determinada persona, por las cosas que ve depositadas en ella, y que tiene que ver con aspectos propios de uno mismo, aspectos transferenciales. Lo remite a su mamá, o a su papá, o una actriz o un actor de cine, uno se fascina por su cuerpo, por lo que dice…

 

El problema que uno dice, encontré el gemelo mío, o la media naranja, me enamoré, me quiero casar, quiero vivir toda la vida con esa persona y no logra visualizar que  luego de esa fascinación tiene que haber un conocimiento de la otra persona que está enfrente, y a su vez que la otra persona pase por un proceso similar.

No vemos habitualmente que el otro es como si fuera yo prolongado. Vemos meramente la prolongación y no la persona real. Por eso, cuando hay una separación uno mira al otro viéndolo tan extraño y se pregunta: ¿Yo estuve con esta persona?

 

Es una sensación de ajenidad

 

Le quitamos lo que es nuestro y pasa a ser lo que es. 

 

Resumiendo. Ante el bombardeo de recetas para continuar ahondando la crisis familiar y personal que buscan que seamos apenas administradores aburridos (fuente inagotable de la violencia doméstica) debemos comenzar a rebelarnos contra el Sistema, y asumirnos como seres que también merecemos un goce, un disfrute de la vida. Esa vida que es muy corta y que desperdiciamos sin tomar conciencia de ello.

 

Como dice una vieja canción de Johnny Mathis, la vida es una canción que merece ser cantada.