Y sus consecuencias...
“Escribir poesía
no es cosa de hombres”,
me decía mi viejo,
mientras mi madre lloraba
santiguándose por la desgracia.
“¿Y qué quiere?”
le decía yo, si me sale…
Y el cinto resonaba en mis nalgas,
buscando que
dejara de escribir
lo que me brotaba del alma.
Para peor, se había corrido
la bola por el barrio,
y mis amigos se reían por afuera,
y en secreto me pedían uno
para la Clara, la Tita o la Roberta.
“Escriba un poema aunque sea pa’ la
Policía”,
me decía entre angustiado y furioso
mi viejo,
pero a mí no me salía.
Un día, el Miguel que toca la guitarra
como los dioses,
me pidió uno que me había escuchado
y sin decirnos nada le puso música y
esa noche lo cantó pa’ la gilada
Y dijo que era de un hijo d’este barrio
que prestaran atención.
Y se mandó sin que yo supiera
el poema que había escrito a mi prima
Encarnación.
Cuando dijo de quien era
el aplauso fue general,
pero ahora mi viejo me pega
porque escribo poemas
y a mi prima Encarnación.
Andrés Caro Berta