¿QUIÉNES SON LOS DESTINATARIOS FINALES DE LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN?


(Se autoriza su publicación parcial o completa siempre y cuando se especifique la autoría y la fuente)

¿DIÁLOGOS O MONÓLOGOS?

Las formas de comunicarnos que tenemos los humanos no siempre son claras Casi siempre, resultan confusas.


Transmitimos nuestras ideas, nuestros conceptos a través de lo verbal, o también de nuestro cuerpo con gestos, actitudes, que muchas veces contradicen lo que expresamos con la palabra.

Pero, apuntemos a lo verbal.



Cuando yo emito a otro un pensamiento estoy haciendo un monólogo
Ese es el primer paso.
El otro me responde con su monólogo, lo que equivale a un segundo paso.
Finalmente el diálogo entre ambos se establece cuando yo le respondo en una tercera instancia.
¿Qué es entonces dialogar? Es intercambiar información con un proceso de ida y vuelta, que permita el expresar a ambas partes sus conceptos

Esto que parece nimio es importante porque la mayoría de las veces no estamos dialogando, aunque en lo formal pareciera que sí, sino que monologamos entre dos  o más personas.
Es lo que en el lenguaje popular se le conoce como un diálogo de sordos
Dos personas monologan, no están escuchando al otro sino a sí mismos, o utilizan fragmentos de lo que el otro expresa como forma de tener apenas un soliloquio

LO QUE (NO) DICEN LOS INFORMATIVOS

Cuando eso se amplía podemos llegar a situaciones que son mucho más complicadas en cuanto a las consecuencias.
Pongamos un ejemplo
Un informativista transmite una noticia. La misma pasó antes de ser emitida por varias instancias previas. Ocurrió un hecho. Alguien lo observó. Lo dice a otro. Ese otro lo deriva a un medio de comunicación, llega a redacción. Si llama la atención por algún motivo, o (en caso de la televisión) hay alguna imagen a incluir, se agrega a las noticias a transmitir. Se le redacta, se le maquilla por alguien que no estuvo en el lugar del hecho, en todo ese tránsito como teléfono descompuesto se le adosan subjetividades. Se le presenta de forma de provocar algún eco, quizás incluso con alguna música acorde a las circunstancias. El informativista le agrega el tono de voz, la modulación correspondiente, quizás algún comentario. Finaliza. Se pasa a otra noticia. Ya fue. Quizás, si hay más material, o importa a la empresa, o a alguno de los que están en la cadena hasta la emisión, o produce un impacto en la audiencia se amplía. De lo contrario, queda la noticia olvidada, “perdió vigencia”
Eso además no indica que fuera una información importante. No. Sólo tuvo el privilegio de sortear toda la línea de acceso desde el mismo hecho hasta su salida al aire.
Cuánta cosa importante queda por el camino, cuanta cosa se agrega para rellenar los espacios…

Homero Alsina Thevenet en EL libro “Una enciclopedia de datos inútiles” señala bajo el título “Tele adaptación”: “El humorista y actor uruguayo Andres Redondo ha llegado a vivir de las bromas que interpreta en la televisión, pero narró muy en serio un efecto de la TV sobre las recientes generaciones. Su hijo de diez años se formó frente a la pantalla, se aficionó a las trasmisiones de futbol y se hizo partidario de San Lorenzo. Nunca había ido a la cancha, sin embargo. Un día su padre lo llevó. Cuando San Lorenzo hizo un gol, la pelota fue devuelta al centro del campo, para el pase reglamentario de reanudación. El muchacho protestó:
-    Pero, ¿cómo, papá? ¿No lo repiten?
“Esa pregunta en la familia Redondo alude con cierta solemnidad a los efectos formativos del medio, sean o no voluntarios. En un excelente libro titulado Cuatro buenas razones para eliminar la televisión (1977; editado en castellano por Gedisa, Barcelona, 1981), el ensayista norteamericano Jerry Mander explora ante todo ese fenómeno de realidad “mediatizada”, o sea digerida a través de un medio expresivo que la resume, la reduce, la deforma. Su resultado ya experimental es una generación que sufre grandes limitaciones para leer, escribir, conocer la naturaleza o saber que el reglamento del fútbol impide repetir los goles de San Lorenzo
“Mander formula en su libro una larga exploración de las consecuencias educativas de la TV, desde cierta frecuente hipnosis a cierta abundante ignorancia. Señala que los grandes consumidores de TV, en el mundo entero, ven una enorme cantidad de material norteamericano, con el resultado de que sobreestiman cuál es el porcentaje de habitantes de Estados Unidos dentro de la población mundial, creen que allí hay más policías y más delincuentes que los reales y tienen una escasa perspectiva sobre otros aspectos más tranquilos de la sociedad norteamericana.  Su visión del mundo se acerca a la que les imparte la televisión.
“Aunque el cine comparte también la autoría de esos pecados, la TV origina ciertos daños propios. Uno mayor es el provocado por la publicidad, la cual, según Mander, ‘existe para suministrar a la gente lo que la gente no necesita. Lo que sí necesita, sea lo que fuere, lo puede encontrar, está disponible, sin ninguna publicidad’ (…) ‘Los publicitarios venden sus servicios, basándose en lo capacitados que están para crear necesidades donde antes no las había’
“Otro problema grave es su visión del mundo exterior. Aún si se dejan de lado sus ficciones (porque también las hay en la novela, el cuento, el teatro y el cine), se advertirá que los informativos de la TV son sólo una apresurada síntesis de lo que está ocurriendo. Son siempre irreales sus tiempos y a menudo lo son sus sitios. La importancia de la noticia queda condicionada por la obtención de imágenes y especialmente por su violencia, con lo cual puede ser imposible registrar por ejemplo las tensiones del apartheid en Sud África o de la crisis política en Nicaragua (hasta que algo explote) y en cambio será fácil dar relevancia a un pequeño incendio o al último partido de fútbol.
“A eso se agregan otras exigencias de la imagen. Una lucha callejera entre dos bandos puede ser documentada por la imagen, pero en TV sólo servirá si el espectador diferencia nítidamente a los rivales. Un productor de la cadena CBS, citado por Mander, señala que sólo sirve aquello que se ajusta a cierto estereotipo visual: militares contra civiles, estudiantes negros contra estudiantes blancos, obreros con cascos que castigan a pacifistas barbudos. Y si no se ajusta, ‘se hace difícil distinguir a los buenos de los malos’  Un director de TV (o de cine) procura agregar siempre esa identificación visual, así sea con distintos colores para la ropa o los vehículos. Pero los disturbios callejeros pueden ser distintos y no respetar esa exigencia. El corolario es que la violencia, debidamente manejada, compone ‘buena’ televisión, mientras en el otro extremo la pasividad y la charla fracasan casi siempre como programa de masas. No es un azar que se programe tanta violencia en la TV del mundo entero. El medio impone su mensaje
“El mismo Mander cuenta los resultados de no acatar las reglas del juego, que exige conflicto, dinamismo, elocuencia visual. En 1973 ayudó a Ralph Nader (un prestigioso defensor de causas nobles y populares) a realizar en Washington una conferencia de prensa del grupo ‘indígena’  La idea era explicar a diarios, revistas y televisión los problemas que atravesaban los indios sudamericanos, a veces despojados forzadamente de sus tierras y a menudo masacrados por la colonización blanca. Antes de que se iniciara el acto, Nader advirtió a los delegados indios cuáles eran las necesidades periodísticas a cubrir, en especial por las exigencias de la televisión. Debían dar información breve, específica y punzante, debían dar los nombres propios de las empresas y de los funcionarios que creyeran  culpables de sus agravios. Pero después, e ignorando el consejo de Nader, los indios dedicaron la primera hora de la conferencia a plegarias, ceremonias, cánticos y ofrendas al Gran Espíritu Indio. El 90 por ciento de la prensa se levantó y se fue. La protesta india sólo quedó después registrada con quince centímetros de columna en las páginas traseras del Washington Post y del New York Times. Una moraleja del episodio era que los indios no supieron adaptarse a las necesidades de la televisión. La otra moraleja era que la televisión nunca sabría expresar las necesidades de los indios” (1)

¿ES A MÍ QUE ME HABLAN?

Otro punto a tener en cuenta es quién es el destinatario final. ¿El espectador? Quizás desde un punto romántico, sí.
Pero aunque le estén hablando a él, la empresa o quien puede obtener algún beneficio en realidad está buscando su propio interés. Así, un programa puede estar armado en función de los anunciantes que se halla logrado incluir en el mismo.
Un caso notorio son los informativos radiales de las horas no pico. Música. Título del espacio, por ejemplo “Este es el informativo de las 2 de la tarde” Le sigue: “Presenta…” Una noticia intrascendente, recogida de un montón a disposición en la redacción. “Nos reencontramos en una hora” y el consiguiente cierre con “Presentó…” Si hay suerte, dos noticias intrascendentes con un aviso entre medio que incluye la publicidad del producto.
El espectador ha sido eso. Un espectador, creyendo que el espacio había sido armado para él.

Ni qué hablar de cuando lo que se busca es generar una situación y se va preparando a la población con falsedades para ir creando una opinión determinada sobre determinado hecho…

La película “Mentiras que matan” lo denuncia justamente. Para ocultar una relación sexual de un presidente norteamericano con una joven que le puede hacer perder las próximas elecciones donde se presenta para un segundo mandato, se inventa una guerra entre Estados Unidos y Andorra, y para ello se convoca a Conrad Brean (Robert De Niro), asesor de imagen, quien contrata a un productor de cine (Dustin Hoffman) que en un estudio de Hollywood arma las imágenes que luego se difundirán como si fueran reales, en los informativos centrales. Lo curioso de esta película está en que el guión fue escrito un año antes de que ocurriera el escándalo de Sexgate, con el protagonismo de Bill Clinton y Mónica Lewinsky (2) El día en que Lewinsky debía declarar se anuncian ataques militares norteamericanos contra Sudán y Afganistán. En esa conferencia de prensa, William Cohen, Secretario de Defensa recibió la pregunta: “¿Ud. vio Mentiras que matan?” El hombre estaba al tanto del filme. Respondió: “La única motivación fue nuestra absoluta obligación de proteger a los estadounidenses de ataques terroristas. No hay otra motivación” La película entonces tuvo su cuarto de hora de fama, por adelantarse a la realidad en mostrar una guerra inventada para conmover a la opinión pública en su fe patriótica, minimizando lo que Clinton y Lewinsky habían hecho en el Salón Oval. Para ello, los medios no informaron de los nombres de las víctimas reales de los ataques militares contra esos dos países.

LLAME, LLAME Y SERÁ EL GANADOR

La perversidad de los medios va en hacer creer que se está dialogando con el espectador, en una comunicación interactiva.
Supongamos un programa dominical donde se entregan muchos premios, a través de llamadas telefónicas
El premio, si no es un canje, tiene un costo mucho menor a lo recaudado bajo el fomento de la ilusión de quien cree que con un mensaje o una llamada obtendrá lo ofrecido
Aquí, el destinatario final no es quien está del otro lado de la pantalla. Son los anunciantes, en una cadena donde no sólo ganan ellos sino también los intermediarios, entre los que se cuentan las agencias publicitarias. Y por supuesto, la empresa que emite el aviso

Las agencias publicitarias ¿tienen por destinatario final al consumidor? No. Se le induce, a través de las formas a fascinarse con determinados productos de las empresas que pagan más. No importan las consecuencias. No hay ética en esa transacción.

DESTINATARIOS FINALES O INTERMEDIARIOS INVOLUNTARIOS

En definitiva, debemos estar muy alertas en cuanto a visualizar cuándo hay un diálogo o un monólogo; y en relación a si se nos está hablando a nosotros o, en una falta de respeto en la que caemos sin darnos cuenta, el destinatario final es otro, y no nosotros que fuimos usados como intermediarios involuntarios.


(1)    Alsina Theventet, Homero – UNA ENCICLOPEDIA DE DATOS INÚTILES. Ediciones de la Flor. Tercera edición: marzo 1992. Buenos Aires. Págs. 234 a 237

(2)    Mentiras que matan. Wag the dog. USA 1997. Director: Barry Levinson. Guión: Robert De Niro. Intérpretes: Robert De Niro, Dustin Hoffman





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